A veces, sólo a veces, cuando no puedo dormir mi mente
vuelta lejos de la realidad. Ha dejado de recordar para imaginar, él sentado a
la ventana viendo la vida pasar.
Viento tantas imágenes repetidas últimamente… Y entonces
piensa en ella. Se pregunta y sí ella hubiera cumplido esa promesa que le hizo
el último de sus días, sería hoy todo distinto?
Él cree que tal vez no, pero posiblemente ahora no sentiría
esas ganas que su orgullo le hace tragar. Esas ganas de realizar una llamada,
un mensaje, unas palabras… que empiecen con un “Ey! Qué tal? Cómo te va la
vida? Estudias, trabajas, ambas cosas? Sigues con tu vida ajetreada, vaya de
edad! No me lo creo! Anda ya! Es estupendo oír que sigues bien, que luchas día
a día”
“Yo? No te lo creerías, sigo trabajando en el mismo sitio,
me han cambiado unas cuentas funciones, más cercano a lo que estudié en su
momento! Vaya las cosas no han cambiado demasiado, o tal vez si, y yo no me he
dado cuenta! No sé chica, ya nos veremos!”
Aunque el 50% de ese orgullo se transforma en miedo, un
miedo irracional a no recibir respuesta, a sentir un par de tonos y que cuelguen,
o que nunca haya respuesta. Eso posiblemente le haría más bien que mal, pero él
no quiere esa reacción.
Y entonces cuando todo eso se le presenta a él… Yo dejo de
imaginar aunque no de pesar, sin embargo cierro el telón buscando el aplauso de
una función que ya terminó. Porque la vida es como una función de teatro en la
que todo protagonista busca la complicidad del público, el calor de sus
compañeros de escenario, y sobre todo los vítores y aplausos de esos que te
hacen ver que todo irá bien. Qué cada paso que diste no fue falso, y que aún
quedan muchos papales y personajes que representar.